Era una cálida noche en un pequeño restaurante de la ciudad empezaba a estar más oscuro de lo habitual en esa hora, pero era clásico del invierno. La comida ya se había enfriado, pero la charla seguía y no daba indicios de terminar, era un duelo gracioso y bello de palabras entre dos personas que se conocían desde hace mucho, a pesar de saber tan poco del otro. Ella lo miraba fijamente con sus ojos grandes y expresivos que siempre daban indicio de pensar algo divertido, el evitaba su mirada, parecía nervioso.
-Vaya- Dijo el- y pensar que ya son tantos años de conocernos...
-Si, quien diría que terminaríamos justo donde empezamos, con un plato frío de spaghetti-
Ambos rieron y sus ojos se encontraron. Era el momento.
-Uno se piensa-dijo el- que después de tanto tiempo nos conoceríamos más.
-Si, pero siempre es bueno haberlo intentado, jamás dejas de sorprenderme.
-Ahora, nos pertenece la eternidad, para conocernos mejor.
-Alberto...
-Amanda?
-Si?
Se arrodillo, con más dificultad que antes y sacó una pequeña cajita de su saco e hizo la pregunta más importante que un hombre le puede hacer a una mujer, como muchos lo habían hecho antes que ellos, se miraron temblorozamente y ella empezó a llorar de emoción.
-Amanda, Te casarías conmigo?
-Claro Alberto, ya esperaba que hicieras algo así, y justo en el mismo lugar, tu nunca vas a cambiar, por eso te amo.
-Y yo también te amo a tí, siempre lo hice...
Hubo un momento de silencio y los comensales empezaron a aplaudir y una pareja joven los miraba con esperanza. El dejó el dinero en la mesa y la tomó de la mano y la sacó del lugar, se dirigián a la eternidad.
-Ay alberto, me hiciste sentir de veinte otra vez.
-Cada vez que te veo Amanda, vuelvo a ser ese hombre tímido que te pidió que lo acompañaras en su desventura hace 50 años.
-Hace 50 años...