Ella lo miraba, se había despertado hace 45 minutos y aún así no podía dejar de mirarlo, muchísimo tiempo había pasado desde ese día lluvioso en el café donde lo conoció. Ella estaba sentada leyendo tratando de disimular que había llorado, el solo se acercó a su mesa se sentó con una bandeja con 2 cafés con leche y le dijo: "Una persona tan linda llorando y leyendo a Nietzsche, en un día tan bonito y sin café? No lo puedo permitir". Se sentó. "Me llamo Miguel" sonrió y le dio un sorbo al café. Ella empezó a reír e hizo lo mismo. "Angela, mucho gusto" se dieron la mano. Ahora después de haber hecho el amor lo contemplaba sin más, sus ojeras de todas las veces de quedarse despierto leyéndole a Neruda, su cuello que muchas veces había servido de fortaleza, y sobre todo su pecho donde ella siempre ocupaba ese lugar especial cuando nada más la podía hacer sentir mejor. Tomo su mano, amplia y generosa que muchas veces había sido más amiga que cualquier hermano, el despertó en el gesto y sonrió y dijo "Te amo". Ella comenzó a llorar, yo también, respondió. El se recargó en la pared acarició su mejilla y se acercó a su rostro la besó , recargo su frente en la de ella. Las paredes empezaron a caer y el suelo también, de repente no había nada más que la cama, solo la noche, púrpura y rosa la rodeaba, su caricia se hizo más suave hasta por fin desaparecer, su rostro se hizo cada vez mas pálido, después transparente hasta por fin desaparecer. Y allí estaba ella sola, en la cama una vez mas. Flotando en la noche púrpura que solo se burlaba de su soledad.
Dejó de soñar despierta, se inclinó, besó la tumba y dejó las flores. Y si no estaba muerto ya no era de su interés, de todas maneras se había ido, el, sus besos, sus libros, su pecho, el. Se fue.
Y la noche púrpura reía en lo alto.
Hay llamas que ni con el mar.
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