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Cuando alguien sale de tu vida (frase que odio, pero no se me ocurre nada mejor), y aún te importa que no se caiga en un precipicio, no sólo hace que te sientas mierda, también (lógicamente) te hace cambiar y no sólo de costumbres sino también de actitudes, por ejemplo, al principio no podía caminar por la misma ruta a la oficina; aunque ahora camino por otra ruta pero por que descubrí que es más fresca la nueva ruta. Pero si algo odio, es no poder escuchar mis canciones favoritas o comer mi comida preferida, salir con los amigos comunes o recordar cosas que me gustaba recordar. En realidad jamás se vuelve a ser el de antes, y cuando se crece/olvida/madura lo suficiente como para hacer lo de antes, te das cuenta que ya no te llama tanto la atención, eso me pasó con los videojuegos y con Saramago, pero no todo es tristeza y olvido y jotería, también le agarré cariño a otras cosas igual (o más) de interesantes como la natación o los monotremas. Y aún sigo jugando y leyendo pero algunas cosas sabemos que jamás van a regresar como mi gusto por las armas de fuego y mi fetiche sexual por los helados. Y en días como hoy me pongo a extrañar, no a la persona que se fue (o corrí), sino a la persona que yo solía ser, ese impulsivo y egoísta cabrón insensible que no le importaba un carajo si el mundo se acababa mañana. Total tenía todo a unas cuadras de distancia. Lo extraño, porque ahora soy un poco más reservado, melancólico y hasta (¿por qué no?) un poco más humano. Pero sé que si regresara a ser como era antes, extrañaría como soy ahora, de todos modos siempre quise ser así, aunque jamás esperé serlo. Gracias Pistolero.
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